“CONSOLAR Y HABLAR AMOROSAMENTE”
Meditación-Oración de la PALABRA DE DIOS
Animación a la lectura PALABRA DE DIOS
5 minutos de nuestro "día a día"
DÍA 10 Diciembre II DOMINGO ADVIENTO -CICLO -B
El Señor consuela a Jerusalén 1 Vuestro Dios dice: “Consolad, consolad a mi pueblo; 2 hablad con cariño a Jerusalén y decidle que su esclavitud ha terminado, que ya ha pagado por sus faltas, que ya ha recibido de mi mano el doble del castigo por todos sus pecados.” 3 Una voz grita: “Preparad al Señor un camino en el desierto, trazad para nuestro Dios una calzada recta en la región estéril. 4 Rellenad todas las cañadas, allanad los cerros y las colinas, convertid la región quebrada y montañosa en llanura totalmente lisa. 5 Entonces mostrará el Señor su gloria, y todos los hombres juntos la verán. El Señor mismo lo ha dicho.” |
9 Súbete, Sion, a la cumbre de un monte; levanta con fuerza tu voz para anunciar una buena noticia. Levanta sin miedo la voz, Jerusalén, y anuncia a las ciudades de Judá: “¡Aquí está vuestro Dios!” 10 Llega ya el Señor con poder, sometiéndolo todo con la fuerza de su brazo. Trae a su pueblo después de haberlo rescatado. 11 Viene como un pastor que cuida su rebaño; levanta los corderos en sus brazos, los lleva junto al pecho y atiende con cuidado a las recién paridas |
Dios es el mismo siempre, porque su Misericordia es eterna como lo es su Ser inmutable. Somos nosotros, siendo seres humanos de condición mudable según tiempo y lugar, quienes lo manifestamos como si Él fuera mudable.
Dios habló a Isaías
para que fuera fuente de esperanza para su Pueblo.
El Profeta nos
dice dos palabras muy importantes que no deberíamos olvidar nunca y que las debemos practicar, aunque sangre el
propio corazón herido: consolar y hablar
amorosamente.
Es gran don de
Gracia saberse necesitado, sobre todo de
Dios y también de los demás, reconociendo nuestra condición humana y
nuestra pobreza, que aún es mayor cuando piensa que es suficiente y no necesitada.
Es la pobreza que
aísla e incapacita para amar y a agradecer ser amado.
No hay corazón
que no necesite ser consolado y ser
tratado amorosamente, bien sea por su
sufrimiento o por la inconsciencia de no saber amar, que en este caso nos
convierte en seres más necesitados.
Consolar y hablar
amorosamente es abrir rutas en el
desierto de la vida.
Practicarlo, como estado de vida permanente, exige bajar “las montañas de vanidad y orgullo,
para que el terreno pedregoso se convierta en valle”.
Necesaria conversión, no sólo para la relación humana, para consolar y hablar amorosamente, sino para abrir caminos al espíritu para que pueda experimentar el consuelo y el hablar amoroso de Dios al alma.
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Aprendamos de Jesús.
Su
brazo de poder y de dominio consintió ser clavado en un madero, para
evidenciar que el Amor es más fuerte cuando es capaz de amar desde sufrimientos
de muerte, que vence para siempre.
Juan Bautista nos enseña, con su vida y con su muerte, que consolar y hablar amorosamente exige, muchas veces, gritar en el desierto de las vidas para que despierten del letargo de vivir fuera del Camino.
También esto es amar y consolar.
Nos enseña saber ocupar el lugar propio que nos corresponde:
“Después de mí viene el que es más poderoso que yo”
Jesús, que consuela
sin gritar.
“Tan poderoso
que no soy digno
de desligar la correa de su
calzado”
El hombre más grande nacido de mujer, ante Jesús,
sabe que no es digno de ser su esclavo. (Yo
no soy digno es de más fe que recibirle por Gracia).
Ayer hablaba del Bautismo.
El de Juan era de conversión, el que hemos recibido es de convertidos por pura gratuidad divina.
Sin mérito y siendo enemigos de Dios, Cristo asumió
nuestro mal creando un ser nuevo.
El grito de Juan
era para convertir el corazón con el
fin de poder advertir el paso de Jesús
por la vida.
¿No hace falta
otro Juan que le grite al mundo de hoy que despierte de su suficiencia y de la
satisfacción de vivir apoyado en la seguridad de una roca sin fundamento, para que sea capaz de alcanzar la mano que Dios nos
da a todos en Jesús, como se la dio a Pedro suficiente cuando se hundía?
El silencio de
Dios, que ha pasado haciendo el Bien, reconciliándonos
con el Padre, es fuente de consuelo que llega amorosamente al alma.
Es la Palabra que
oyen los que pasan de vivir la vida abierta sólo hacia fuera, a entrar en su
aposento y cerrar la puerta, para
escucharla en su alma como voz amiga. No para refugiarse alejada, sino para que
la Luz salga fuera desde dentro, aunque sea desde el silencio.
Dios habla en el silencio, por esto no la oye el mundo, aunque lo contemple en el Calvario.
El mundo no lo entiende ni
sabe escuchar.
Cuesta entender y creer que lo propio del amor es amar y perdonar libremente, aun pendiendo de la Cruz.
2Pd 3, 8,14
Con Pedro
agradecemos saber que para Dios un día son mil años y mil años como un día, no para diferir sus promesas, como algunos suponen, sino para decirnos
que su paciencia y su misericordia nos
salvan.
Los sabios del
mundo se contradicen cuando afirman su
increencia, a la vez que la justifican con que Dios calla y consiente tanto mal.
Dios “no quiere que nadie se pierda, sino que
todos lleguen a convertirse”.
“Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación”.
(2 Pd. 3,15).
¡Dios nos espera!
F. Allara
MARÍA DIJISTE SÍ
el corazón con el fin
de poder advertir el paso de Jesús por la vida"
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