desde la experiencia de Fray F. Allara O.F.M
Libro de las lamentaciones 3, 17-26
No siempre se ve mejor la vida en pleno día.
La noche, con su oscuridad, guarda el
tesoro del silencio, que abre la puerta a la visión de dentro.
La noche despierta el dolor; como abre la rendija de la esperanza.
La noche acerca a la realidad interior más que la luz del pleno día.
En la noche no hay más que
silencio y vida; el día tiene la vida con demasiadas cosas entretenida.
Mientras
hay vida se puede hasta negar el sol; cuando se acerca la noche de la vida, se
sueña con el Sol negado durante muchos días.
Muchos
son los que repiten en vida el texto de Lamentaciones 3,17s.:
“Mi alma vive lejos del bienestar, ya no recuerdo la felicidady pienso que he perdido toda esperanza;no puedo confiar en el Señor…”
Ante
el sufrimiento, respetemos la palabra de duda sobre Dios, demos la mano amiga y
caminemos juntos en silencio…, para que el alma no se cierre sobre sí y pueda
seguir soñando que el Sol no es capaz de negarlo la niebla.
No
nos cansemos de caminar juntos en silencio con quien sufre.
¡Cuántas
palabras escucha su alma en silencio, al sentir latir en su mano el corazón, en
la mano amiga que lo acompaña!
Dios
es paciente; seámoslo nosotros también.
Fácil
es acompañar al que la vida le sonríe, pero pronto se cansa el que camina con quien
el dolor le oprime. El silencio sólo lo
aguanta quien ama.
Acompañando a quien su alma no recuerda la felicidad,
llega un momento en que puede escuchar:
“Que vuestros corazones se serenen; fiaros de Dios y fiaros de Mí”
Ha
empezado a entrar la luz en el alma que
soñaba de noche con la Luz del Sol, y brota como grano de mostaza la esperanza,
que no es esperar morir para gozar de un lugar
prometido, sino ver cómo crece cada
día el espacio de luz en el alma, hasta reconocer que Jesús es el Camino para andar en el tiempo, que es la Verdad de paz, en
medio de la tribulación y que es la Vida, que ha experimentado la resurrección de alma dormida, devolviéndole la
felicidad perdida.
Un
Dios que no sirve para vivir la realidad de cada momento, no es Dios verdadero,
ni de él hay que esperar un mejor tiempo venidero. Son dioses que iluminan un
instante, pero que apagan su luz cuando entra la noche, dejando en soledad el
alma de estos dioses enamorada.
El único Dios verdadero no
engaña. Su Luz viene del Amor de la Cruz. Muchos no lo creen; piensan que un Crucificado sólo
puede invitar a sufrir, sin llegar a la sabiduría
de entender que el dolor sólo lo
salva el amor.
¿Quién
en silencio acompaña hasta que el alma ve la luz, si no es el amor?
¿Quién acompaña nuestra vida,
sino Jesús, el Amor Crucificado?
Entendido
el Amor divino, conocemos a Dios como
Comunidad de Amor, de la que nunca hubiéramos sabido si no se nos
hubiera revelado.
Esta Comunidad de Amor, llena en la plenitud de su Amor, se abrió para crear el Universo y al hombre creados a su imagen y se volvió a abrir para descender Dios en la Persona del Hijo y decirnos:
“En la casa de mi Padre hay lugar para todos…y cuando haya ido a prepararos el lugar,Volveré y tomaré a mi casa,para que también vosotros viváis donde Yo vivo”
Esta es la esperanza cierta que nos dice la fe, sabiendo que,
a la casa del Padre, se llega por el Camino, caminando con Jesús, viviendo
la Verdad de su Vida, con caridad perfecta, a
nuestra medida.
La Comunidad divina de Amor se ha
convertido en el hogar de los que viven.
“Nadie llega al Padre si no es por Mí”
No
sólo llegar a este “lugar”, sino que llegamos
en vida a conocer y creer en Dios, en el Dios único y verdadero, por Jesús,
ungido para ser el Sacerdote mediador que uno lo divino con lo humano, dando
a conocer la Verdad, que tanto ansía el alma, en la medida en que se confía y
se ama.
Si
ayer veíamos el favor de los Santos que lo tienen todo en Dios, hoy vivimos en comunión de oración con
los que están a la puerta del Amor
trinitario donde les espera el buen Padre, para el abrazo eterno.
Con
ellos nos unimos, sabiendo que recibimos de ellos más que lo que les podamos
dar, porque ellos viven en su purificación el gozo de saber que les espera la
eternidad de Amor, mientras nosotros vamos de camino.
Unamos las manos, desde la vida del espíritu, con
los Santos, las almas que llegan al cielo y las que están purificando sus vidas, para
llegar también Santos junto al Santo de los Santos que les diviniza
entregándolos al Padre, y también nosotros,
vivamos unidas las manos, como decía, para que, cada uno sienta en las
suyas el latir del corazón de fe y de
amor del otro con quien caminamos peregrinos hacia la misma casa de Dios, que
nos ha preparado Jesús.
Que el silencio del alma recoja
la Luz y la guarde con amor, para escuchar por dentro la voz de la Palabra, que pronuncia el Espíritu Santo,
para ser escuchada, entendida, creída y amada, por los que se fían del Amor que
han conocido en Cristo Jesús, porque, como le dijo a Felipe:
“Quien me ve a Mí, está viendo al Padre…
porque Yo estoy con el Padre y el Padre está en Mí”
“Oh Santo y glorioso Dios, dame Fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta; sentido y conocimiento para cumplir tu veraz mandamiento”.
Así
rezaba Francisco,
con su corazón abierto, para no caer nunca en lamento, aunque cunda el
desaliento.
¡Qué grande es el Amor conocido!
F.
Allara
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