XXX Tiempo Ordinario. Ciclo. A 2023
REFLEXIÓN, MEDITACIÓN-ORACIÓN DE Fray Federico Allara O.F.M
Ojalá nos moviéramos siempre entre la Ley y el Amor, es decir, entre el cauce que Dios había puesto para convivir los humanos, la Ley, cumpliendo lo que es de orden natural y sobrenatural, porque nos enseña Dios a crecer como humanos, y el Amor, que es la virtud que Dios ha puesto en el corazón humano, como lo más natural y sobrenatural.
Pero
aun llevando la huella de la verdad del
bien natural y la del amor, nos es difícil vivir desde estas dos referencias, porque ambas tocan el ser de cada
uno de nosotros, desde donde nos sentimos libres y capaces de una inteligencia
que no siempre razona con lógica.
Por
esto, Dios le dio la Ley a Moisés para que, con la ley natural impresa en el corazón humano, fueran referencias
objetivas que la razón podía entender como cauce
para convivir en paz.
Pero
ha hecho falta que el mismo Dios viniera
en Persona, para enseñarnos qué es el Amor con su Vida, no con enseñanzas
magistrales, ni con preceptos, ni leyes, y cómo se puede y se debe vivir para
una convivencia humana universal en paz.
El Amor no es
una utopía, si lo es querer convivir desde la competencia de las Ideologías y de las misma
religiones o filosofías humanistas, cuando en ellas está confusa la Realidad de Dios, o es interpretada
subjetivamente o negada.
No
sólo se interpreta mal o se niega a Dios, sino que lo que se confunde o se
niega es la virtud del Amor; porque la fe en Dios y el amor a Él y al prójimo forman
una unidad; cuando se separan son incomprensibles para la razón la Ley y el
Amor.
EVANGELIO DEL
DÍA
Mt. 22, 34-40
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos se reunieron con Él, u uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, cuál es el mandamiento más grande de la Ley?"
Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas"
Es
tan difícil el cumplimiento de la Ley como el mandamiento del Amor en su
simplicidad. Los Maestros empezaron a crear prescripciones y normas añadidas,
que sólo ellos conocían y entendían, llegando a ser más de 613.
De
ahí que, un Maestro de la Ley se acercara a Jesús para comprometerlo como
tantas otras veces.
La
pregunta parece inocente, pero está hecha desde el orgullo de haber promulgado los
Maestros de la Ley tanta letra pequeña añadida, que deseaban saber de este hombre
de Galilea, que se llevaba las masas por delante, de cuáles prescindía o cuáles
eran las importantes; y a Jesús, como la semana pasada le comprometieron con la
pregunta si se debía pagar o no tributo al César, hoy se le pide “cuál es el primer mandamiento de la Ley”.
Jesús
responde citando dos textos de la Escritura, que bien conocía el Doctor de la
Ley, del Deuteronomio: “Amarás al Señor
tu Dios…”, (6,4-9) y del Levítico, el segundo es semejante, “amarás al prójimo como a ti mismo”.
LA NOVEDAD DE
JESÚS
Es unir los dos
mandamientos, revelando como dice el Papa Francisco, que
los dos son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma
moneda.
La demostración
al mundo que creemos en Dios no se manifiesta sólo con ser personas
practicantes y de oración, sino que, la demostración para uno mismo que es
verdad la fe en Dios y el amor al prójimo, es
que los demás vean cómo les amamos.
De tal manera
están unidos los dos mandamientos que Cristo Jesús unió como respuesta al
Maestro de la Ley que, la medida de la
fe es la medida de la amplitud con que amamos al prójimo.
Cuando
nos limitamos a amar al círculo de la familia o del medio en que vivimos, siendo
sumamente importante porque, de no
ser verdad éste, puede que no lo sea todo lo demás, la medida es cierta cuando se llega a amar de verdad, a perdonar al
amigo, a quien no piensa como nosotros y al enemigo.
DICE JESÚS: ”Si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de
nuevo?
El
Papa llega a decir que “el amor es la medida de la fe y la fe el
alma del amor”. Y sigue diciendo: “No podemos separar la vida religiosa, la
vida de piedad, del servicio a los hermanos. No podemos dividir la oración, el
encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de la proximidad
a su vida, especialmente a sus heridas”.
“¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo”, dice el Papa.
No
se trata sólo de hacer limosna al prójimo, sino de dos cosas importantes y
difíciles:
-
Acercarse al
prójimo
-
Especialmente a
sus heridas.
Esto
nos plantea la contemplación de la realidad del mundo.
No
sólo no nos acercamos al prójimo, sino que, casi lo habitual, desde no ser
conscientes del mal, somos causantes de
las heridas del prójimo. Si no lo hacemos directamente, a veces también sobre todo con
los más cercanos, sí indirectamente conformándonos en comentar las noticias,
como si lo que ocurre en el mundo estuviera fuera del nuestro.
LA HUMANIDAD ESTÁ SUFRIENDO
por las heridas que nos causamos mutuamente.
Somos
los que “bajando de Jerusalén a Jericó, maltratamos a uno y a otro, y los
dejamos con sus heridas”.
¿Cómo
vamos a entender la Ley y sobre todo el mandamiento del Amor, si somos inconscientes
de las heridas que causamos, por la inconciencia o hábito de hacerlo, o
callarlo?
Cuando
es así, desde la proximidad del prójimo, ¿cómo podemos unir y vivir la eficacia
de la Gracia de nuestra fe, de nuestra oración y de nuestra práctica
sacramental?
No vivir con
dolor la situación real de la Humanidad, o vivirla desde la preocupación
egoísta de la inseguridad, es no vivir
la realidad exigente de la fe y del amor en su unidad, como nos ha dicho
Jesús, y como nos lo recuerda el Papa con su frase: el amor es la medida de la fe, y
la fe el alma del amor.
Pero
lo que personalmente me preocupa, porque pienso que es la referencia que, o
está clara o todo queda confuso, es la frase de Jesús: “Amaos como Yo os he amado”, cuando añade “ama al prójimo como a ti mismo”.
Amarse
a sí mismo implica
-saber
del sentido propio e integral de la vida
-del
futuro de la misma, incluido el más allá de la muerte
-la
idea clara de la salvación
-el
deseo de la salvación eterna, desde el Amor de Dios.
Todo lo que va
en contra de la salud propia, en contra de lo que acabo de decir
sobre el sentido y la integridad de la vida, es no amarse a sí mismo.
LA PRIMERA CUESTIÓN A PLANTEARNOS:
Es
la del discernimiento desde el no al egoísmo.
Saber cómo es en
verdad que nos amamos a nosotros mismos, desde la Fe y el Amor de Dios y a Dios,
para
conocer si somos capaces de poder:
-
Acercarnos al
prójimo
-
Curar sus
heridas
-
Y no causarlas.
En
el mejor de los casos educamos a una verticalidad de la fe, cuando la Cruz
tiene un palo vertical y uno horizontal, y Cristo está con los pies clavados en
la verticalidad del palo, pero los
brazos abiertos en la horizontalidad.
Así
es la fe cristiana, la cabeza y los pies en la verticalidad, para pensar en
Dios y andar por su Camino, mientras las manos abiertas trocean el pan para el
prójimo amigo o enemigo.
¡Qué
difícil es conocer el amor y vivirlo!, porque amar, significa ser más que justo, y además lleva consigo la necesidad de
perdonar.
Vivir
la fe no es contemplar sólo las leyes y la moral, para un cumplimiento legal y
moral, sino que implica el compromiso de la persona en el amor tanto a Dios
como al prójimo -del cual nos hemos de examinar; porque no es fácil responder a
la pregunta sobre cómo amamos a Dios-.
Amar
y perdonar cuando las heridas son fuertes, no es fácil.
También
entra aquí el tema de la memoria.
Perdonar
y olvidar es muy difícil.
Hay
que tener en cuenta que, una cosa es que venga a la memoria la herida, y otra,
removerla, aunque se perdone.
El
camino del amor y del perdón nunca es camino fácil, y menos o imposible, si no
se contempla muy a menudo la realidad de
Cristo, Dios y Hombre verdadero, clavado en la Cruz, como signo de la omnipotencia
del Amor, del Perdón y de la Justificación del enemigo para ser perdonado por
Dios.
DIOS SE HA
REVELADO SIEMPRE COMO EL AMOR
Parece
que el Dios que conocemos del A.T. no es el Dios del N.T., cuando, Dios se ha revelado siempre como el Amor
que se preocupa del pobre y del marginado; como hoy se preocupa de todos y
cada uno de nosotros, aun en medio de la tribulación generalizada en que
vivimos todos los que formamos la Humanidad actual.
Quien no ha sido
siempre el mismo es el ser humano. Todos somos fruto de nuestro tiempo y
de nuestra realidad social, política y religiosa.
En
cada momento de la Historia del ser humano, éste ha recibido la revelación
de Dios, que no es más que la interpretación que el Magisterio de todos los tiempos ha hecho de la única Historia
humana, en la que acontece el Misterio
de Amor de Dios con nosotros en medio
de ella.
Dios ha educado
al hombre como se educa a un niño…, enseñándole a caminar y abrazándole en su buen obrar y en sus
travesuras, que llamamos errores, que coinciden con lo que denominamos
desde el concepto religioso, pecados.
Siendo
este hombre niño y en su historia de cada
tiempo, el que nos ha narrado su
experiencia de Dios a su manera,
para que nosotros, apoyados en esta
Escritura, en la Tradición y en el Magisterio, vayamos conociendo, desde esta pobreza humana, el tesoro del acontecer divino en nuestra Historia.
TODO UN PROCESO
EDUCATIVO
Para que su
Pueblo pudiera llegar a entender lo que sucedió en la plenitud de los tiempos, que no son
estos, en los que pensamos que lo tenemos todo desde un progreso en el que lo que se manifiesta es una falta de humanismo y una
violencia de los poderes políticos, económicos y religiosos, que han creado
la inseguridad y la ansiedad generalizada de todo la Humanidad, sino la llegada del mismo Dios, en la Persona del
Hijo, anonadado en la Humanidad, del Hombre verdadero, que es Dios, por este
Hijo y por la voluntad del Padre, en quien se complace, ungido por el Espíritu
Santo.
Los creyentes
conocemos a Dios-Amor,
porque así lo han experimentado quienes han convivido con Cristo Jesús.
Hoy, que se nos habla del Mandamiento único del Amor, deberíamos pensar cómo han llegado cada uno de los que nos hablan de Dios como Apóstoles, incluido Pablo, a cambiar sus vidas, desde una religiosidad mosaica, legal y muy fundamentalista, sobre todo en sus Maestros, hasta llegar, no sólo a convertirse en el conocimiento del Dios-Amor, sino a transformar sus vidas en testigos de la Verdad del Amor con sus propias vidas, dadas por amor a Dios y al prójimo.
F. Allara
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